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Danza bohemia y otros delirios

  • Equipo Dando Voz al Silencio
  • 13 abr 2017
  • 3 Min. de lectura

«Los licántropos comienzan a alternar su vitalidad, sienten compasión por la próxima víctima. Alrededor del círculo es posible discernir el grave murmullo del lamento. Esta noche se les antoja victoriosa, y por tanto deben celebrarlo como es debido pues. Se preparan para bailar con sus respectivas parejas, con las que posteriormente iniciarán su rito como depredadores, desgarrando cada milímetro de su alma, cada réplica del sufrimiento, concibiendo así una masacre en el seno de la desgracia.


Temor; debilidad. Vocablos que impregnan de deshonor la escena y muestran ingratitud hacia aquellos que les brindaron la oportunidad de ser grandes. La fuerza clama su sed de venganza y resentimiento hacia los que un día fueron libres. Pero, ¿qué ha ocurrido? Uno de los depredadores se ha enamorado de la presa. Los corazones se tiñen de un rojo cobrizo y la sangre se convierte en el testigo de lo que es capaz de hacer la sociedad con el fin de alcanzar dominio y poder. El agonizante grito del dolor que inunda a las inmoladas es inevitable. No obstante, no es tan sencillo para las nocivas criaturas hacer el trabajo sucio, no cuando observan que únicamente los utilizan como si de máquinas de matar se tratasen. Una nítida luz inunda el lugar. Se puede contemplar a simple vista sus entrañas palpitando acompasadamente, la imperfección retractándose en sus mejillas, que lo cubren todo con un gran charco de sangre. El lánguido pesar de su ser entumece aquellos corazones que se atrevieron a desafiar a la muerte y que, por desgracia, sobrevivieron. No soy quién para sentenciarlos, ni mucho menos me insolento a decir que mis actos sean inigualables a los suyos, mas el peor pecado que han cometido ha sido enamorar a sus damnificadas, regocijarse entre la inmoralidad y la perversidad, para más tarde consumar con sus sueños, olvidados, erosionados por la fuerte oleada de la realidad, que nos atenaza a todxs, listxs o no, y nos condena a la pena más letal, que es el morir por amor. Sin embargo, para ellos es el pan de cada día, memorias que les ayudan a prescindir de piedad alguna son las que hacen de este mundo que las personas deseen no haber nacido. ¿Para qué sufrir, si puedes morir? Es la cuestión que formulan todos y cada uno de los habitantes de este reino, el de los ideales fracturados, donde prevalece la penuria, donde el castigo es el látigo de la pesadumbre, y donde aguardan la injusticia y la desigualdad cobijándose bajo el manto del patriarcado. La agonía y la melancolía disuelven íntegramente cualquier pretensión, excepto el odio, la venganza, que los alimenta, con el único fin de incrementar su coraje. Y yo me pregunto el porqué de ello cada día de mi vida. ¿Cuál es la transgresión que hemos cometido? ¿Cuántxs inocentes más deben pagar por esta sentencia? Tan desolador es el camino, tan afable es el escritor que quedó sin tinta a mitad de la novela, o tan cuidadosa es la muñeca de porcelana ya deteriorada, que nos hemos olvidado de lo más trascendental; aquellas pequeñas cosas que hacen de cada unx de nosotrxs lo que somos, lo que realmente se oculta al final del túnel del alma. Pero esa presa aprendió la lección. Que nunca debió confiar en un ser tan deplorable como un licántropo con la piel cubierta de la mentira y la bondad»


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